La cólera
me nubla
        
La nube oscura de la injusticia estalla al fin en implacable haz de rayos justicieros:

E n vuestros puños quiero ver rayos contrayéndose,
quiero ver la cólera tirándoos de las cejas,
la cólera me nubla todas las cosas dentro del corazón
sintiendo el martillazo del hambre en el ombligo,
viendo a mi hermana helarse mientras lava la ropa,
viendo a mi madre siempre en ayuno forzoso,
viéndoos en este estado capaz de impacientar
a los mismos corderos que jamás se impacientan.

El rayo que no cesa de herir al pobre con el hambre y el trabajo deshumanizado, se concentra, en esta estrofa, en puños, ceño y corazón de cólera, y revertirá, justiciero boomerang, en los siguientes versos, contra la violencia original:

H abrá que ver la tierra estercolada
con las injustas sangres,
habrá que ver la media vuelta fiera de la hoz ajustándose a las nucas,
habrá que verlo todo noblemente impasibles,
habrá que hacerlo todo sufriendo un poco menos de lo que ahora sufrimos bajo el hambre,
que nos hace alargar las inocentes manos animales
hacia el robo y el crimen salvadores.


E
l rayo, al fin, estalla en fría y precisa violencia depredadora (manos animales: el
hombre acecha), justiciera, expiatoria (crimen salvador). Habréis observado que, en las metáforas, en el lenguaje, "no puede todavía evitar la rodera de la iconografía religiosa (Sánchez Vidal)." Se identifica con aquel eterno Padre cruel y vindicativo que castigaba a la humanidad a los tres ayes de la vida (y que volveremos a encontrar en Sino sangriento). Y con el padre de la calle Arriba, que proscribía a su hijo artista por el delito de escribir preciosos versos.

Esta enfebrecida pasión del amigo de Neruda recién convertido a la revolución se mantendrá incandescente a lo largo de los dos primeros años de contienda civil (el hombre, dios para el hombre de su mística solidaria en Viento del pueblo). Pero la riada de sangre de hermanos asesinados en uno y otro bando irá enfriando meses después el ingenuo entusiasmo de los primeros días, hasta llegar a escribir para su hijo en el último poemario de guerra (El hombre acecha): "He regresado al tigre. / Aparta o te destrozo. / Hoy el amor es muerte, / y el hombre acecha al hombre."

Como síntesis espléndida del complejo y fascinante proceso que llevó a Miguel Hernández a redactar su Sonreídme, leemos en Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia: "En Miguel quedó siempre un poso de religiosidad tradicional, que a veces tomó forma en el milagro diario de la creación. Pero se desentendió de prácticas y aun de creencias convencionalmente piadosas. Su poesía atravesó una zona ascética, alentada por la lectura de los místicos y probablemente por la huella del colegio de jesuitas –poemas de los Silbos, con la obsesiva asechanza del pecado de impureza–, zona que liquida abrúptamente –poema Sonreídme–, al tiempo que las conmociones sociales de la época –revolución de Asturias, auge de los partidos obreros– le impulsan a que su obra misma quede implicada testimonialmente."

                                   
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