Ya truenan los martillos

   
 
                

N ubes tempestuosas de herramientas
para un cielo de manos vengativas
nos es preciso. Ya relampaguean
las hachas y las hoces con su metal crispado,
ya truenan los martillos y los mazos
sobre los pensamientos de los que nos han hecho
burros de carga y bueyes de labor.

S alta el capitalista de su cochino lujo,
huyen los arzobispos de sus mitras obscenas,
los notarios y los registradores de la propiedad
caen aplastados bajo furiosos protocolos,
los curas se deciden a ser hombres
y abierta ya la jaula donde actúa el león
queda el oro en la más espantosa miseria.


Ya relampaguean... las hoces..., ya truenan los martillos...: los símbolos del comunismo amenazan al viejo orden. Se equiparan capitalismo e iglesia (salta el capitalista..., huyen los arzobispos...). No olvidemos el carácter teocrático de la episcopal Orihuela de aquella época. Y notad la decidida obsesión de Miguel de tener que practicar sexo para realizarse como persona: los curas se deciden a ser hombres. Explica Cano Ballesta que el proceso de fe que subyace en Sonreídme "más que crisis religiosa fue una crisis social, de rebelión contra el capitalismo, en cuyas filas Miguel Hernández veía al Clero en un puesto muy preeminente..." Leopoldo de Luis es más explícito: "La teología de la liberación no había aparecido todavía, ni siquiera el movimiento de sacerdotes-obreros. Los cardenales, los obispos y, prácticamente, la totalidad del clero tomaron partido, clara y beligerantemente, contra la República."

Hubieron de pasar 35 años de asfixiante y glorioso Nacionalcatolicismo para que, al fin, Obispos y Clero, en Asamblea Conjunta, se planteasen revisar su compromiso con una sola de las facciones. Se pasó a votar y aprobar la siguiente proposición: "Si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y su Palabra ya no está en nosotros. Así pues, reconocemos humildemente y pedimos perdón porque nosotros no supimos a su tiempo ser verdaderos ministros de reconciliación en el seno de nuestro pueblo, dividido por una guerra entre hermanos."

Juan Guerrero Zamora, en Proceso a Miguel Hernández, nos ofrece unas bellas reflexiones: "Como a San Dmitri, en la leyenda evocada por un personaje de Camus, a Miguel le sucedió que, al acudir a la cita que tenía concertada con Dios –o su Dios–, halló a un campesino cuyo carro estaba hundido en el cieno. Por ayudarle, llegó tarde a la cita y, cuenta la leyenda, Dios se había ido. Pero su Dios, consustancial con la poesía y fuente como energía feraz de la suya, no podía irse. A ese Dios –tan distinto del Júpiter clerical y tonante– en quien el primer mandamiento se modifica como ama a tu prójimo sobre todas las cosas y a Dios como a ti mismo, le agrada que le posterguen si es a causa de la projimidad solidaria".

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