Señor, transfigúrame.
Quiero ser tu vidriera,
tu alta vidriera azul,
morada y amarilla,
en tu más alta catedral.

Gerardo Diego

       
En mi ensayo Buscando a Dios entre las luces (BAC 2000),
en su capítulo sexto que titulo
Entro, Señor, en tus iglesias, desarrollo ampliamente las esquemáticas reflexiones de esta página.


Suele tocarme el corazón la fascinante belleza de los lugares sagrados. Los versos de [Entro, Señor, en tus iglesias] denuncian, en pluma de Rafael Alberti, la tentación de colgarse del arte, sin trascenderlo.
No le ocurre así a Li Po (siglo VIII) que experimenta la cercanía de los dioses en lo alto de un monte [En el templo de la cumbre].
La hoguera de fe de la infancia de Leopoldo de Luis no se apagó del todo. Laten brasas de emoción y respeto hacia todo espacio sagrado [Santos recintos].
En [Esta iglesia no tiene lampadarios] canta Pablo Neruda
su devoción hacia una iglesita pobre.

Juan Bautista Bertrán no hace distinción de recintos
(campo o ciudad) y descubre la Presencia de Dios en todos ellos
[Te siento aquí, Señor].

 

 

  

  

Hay que hacer
una señal en el cielo para
ver  cómo crece la catedral
    +
Gómez de la Serna
 
 

¿Por qué no contemplar un claustro, una iglesia, como edificios que crecen, ríen, lloran, envejecen, bellezas dinámicas?

La catedral es un "vacío sutilísimo y armonioso, donde el aire y la luz apenas son contenidos por la materia construyéndose en espacio de ascensión al tiempo que lugar de vida..."

            Pablo Puente

 
                   
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