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iglesia no tiene lampadarios votivos,  no tiene candelabros ni ceras amarillas,  
no necesita el alma de vitrales ojivos  para besar las hostias y rezar de rodillas. El 
sermón sin inciensos es como una semilla  de carne y luz que cae temblando 
al surco vivo:  el Padre-Nuestro, rezo de la vida sencilla,  tiene un sabor 
de pan frutal y primitivo... Tiene 
un sabor de pan. Oloroso pan prieto  que allá en la infancia blanca 
entregó su secreto  a toda alma fragante que lo quiso escuchar... Y 
el Padre-Nuestro en medio de la noche se pierde,  corre desnudo sobre las 
heredades verdes  y todo estremecido se sumerge en el mar.   
       
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