Teme
que el
barro
crezca
 
–Pero yo, miguel/Barro, humillado barro de camino que mancha con su lengua cuanto lame, pisado y mártir, y que en vano vertiendo voy mis brazos a tu esquivo amor de fría pureza lejana, te advierto... Teme, monjita mía, virgencita mía...
H arto de someterse a los puñales
circulantes del carro y la pezuña,
teme del barro un parto de animales
de corrosiva piel y vengativa uña.

T eme que el barro crezca en un momento,
teme que crezca y suba y cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi tormento,
teme que inunde el nardo de tu pierna
y crezca más y ascienda hasta tu frente.

T eme que se levante huracanado
del blando territorio del invierno
y estalle y truene y caiga diluviado
sobre tu sangre duramente tierno.

T eme un asalto de ofendida espuma
y teme un amoroso cataclismo.

A ntes que la sequía lo consuma
el barro ha de volverte de lo mismo.


N
ingún poema de este cancionero se ha atrevido a semejante amenaza de violación (Chevallier) de la bestia hacia la bella. Aunque en todos los sonetos hay una pena de amor que no cesa, un círculo de puñales, como un lunado Corazón de Dolorosa, que rodean de muerte la fiereza astada del deseo, aquí exige a su Josefina el Miguel de la movida madrileña cumplidos orgasmos en apasionada intimidad.
Llega a afirmar Marie Chevallier: "Entonces el pecado se afirma como única posibilidad de escapar a la muerte: "Antes que la sequía lo consuma, / el barro ha de volverte de lo mismo." La virgencita descenderá de su hornacina de incienso y lapislázuli, y se hará definitivamente mujer.
Se puede afirmar, con Juan Cano, que "Miguel se halla ya perfectamente anclado en la tradición pagana de Garcilaso y en el ideal de un anarquismo erótico absoluto típico del pastor virgiliano y de la revuelta moral de la República."
Pero conviene aclarar, con Mazzocchi: "Hernández no entendió nunca el sexo como mera fuente de placer físico, y lo enmarcó constantemente en un entorno conyugal. A esto le impelía, además de su sensibilidad (en especial la profundidad con que vivía la función procreadora), también su nueva fe marxista."
De hecho, superados los escasos meses de aventura erótica en una retrasada adolescencia, fue hombre de una sola mujer –Josefina–, y de total y definitiva entrega a la esposa y al hijo.

Hay indicios de que Josefina llegó virgen al matrimonio, como era costumbre por aquella época. Proyectando casarse en breve, la insinúa, refiriéndose a una foto que le salió movida: "¡Qué lástima! Hubieras parecido en ella una novia ya de viaje de luna de miel, con el ramo de flores en las manos próximo a deshojarse en cualquier hotel por la noche..." Finalmente, en Orillas de tu vientre, ya casados, exalta místicamente la sexualidad conyugal, y recuerda: "Aún me estremece el choque primero de los dos; / cuando hicimos pedazos la luna a dentelladas, / impulsamos las sábanas a un abril de amapolas, / nos inspiraba el mar."
 
 
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