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mundo me duele: ¡ay! Me duele el vicio, y me paso las horas de la
virtud con un ay entre los labios. ¡Ay, qué angustia! ¡Ay,
qué dolor de cielos, mares y campos; de flores, montes y nieves;
de ríos, voces y pájaros! Por palicos y cañicas
¡ay!, me veo sustentado. El lilio no me hace señas, ¡ay!,
con pañuelito cano. Las pitas no me defienden, con sus espadones
áridos, del demonio. Las palmeras no me quieren hacer alto
por más que viva a la sombra de estrella de sus palacios. No me
pone la naranja el ojo redondo y claro, ni con sus luces porosas el
limón el gusto amargo. Y ¡adiós!, el aire me dice
cuando pasa por mi lado. La inmovilidad del monte no lleva mi sangre al
paro, ni hacia los cielos me tiran honda ruda y puro raso, y tengo
la carne siempre pachiabierta a los pecados. Sucias rachas tumban todas
las cometas que levanto, y todos los ruy-señores esquivos y solitarios
se burlan de ver mis sitios malamente acompañados. |
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En
su mapa ético, bajo la bandera del bien, de la virtud, encontramos: el
silencio, el invierno, la nieve, el árbol desnudo, el trigo, el olivo,
almendro en flor, palmera, espino, chopo...; y el frío, el cielo puro,
el trino del pájaro, el austero y místico paisaje castellano...
Del
lado del vicio, de la tentación: la palabra, el verano, la azucena, el
naranjo y toda fruta...; y los rosales y jardines, las higueras, el propio cuerpo,
el paisaje levantino... Algo
divertido: en el ensayo Vía de campesinos, escribe: "¡Dios!
¿Por qué no pusiste a Eva y Adán en el masculino campo de
Castilla?... O no hubieran caído, o hubieran tardado más en caer..."
"Me
duele el vicio y me paso / las horas de la virtud / con un ay entre los labios..."
Lucha angustiosa entre el bien y el mal, entre gracia y pecado. Su cuerpo le pide
aquello que rechaza su espiritualidad. Los Cinco Sentidos se comportan en el Auto
Sacramental Quién te ha visto... como enemigos del hombre, aunque,
al final, casi no sabemos por qué, se le someten solidariamente virtuosos.
"¡Ay!, todo me duele: todo: / ¡Ay!, lo divino y lo humano. /
Silbo para consolar / mi dolor a lo canario, / y a lo ruy-señor, y el silbo,
/ ¡ay!, me sale vulnerado." El
edificio filosófico de esta antropología sijeniana (de Sijé,
su maestro de primera juventud) se contruye sobre el eterno duelo de contrarios.
El cuerpo, cárcel del alma, anhela la liberación final. Hay que
matar, congelar, quemar el cuerpo, como en su Auto Sacramental, para purificar
el espíritu. O esconderse de Dios, cerrar los ojos a su Presencia (Invierno
puro): "Evitaré, Señor, tu azul persona / que dolencia
quitó quien puso ausencia..." A
Miguel le duele todo el ser, como pájaro en celo. Y trina su Silbo vulnerado.
Refiere Arturo Serrano, sobre su encuentro con Hernández en Madrid:
"Al leer ciertos sonetos, de pronto se detenía en su lectura y se
ponía a silbar, pero a silbar no como persona sino como pájaro...
Y entonces, en pleno paisaje urbano..., sin transición se aparecía
el campo suyo, el de esos poemas con todos sus pájaros."
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