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¡Llamarada
de Dios!
8,6b-7

 
Las flechas de Cupido son dardos de amor. Se incendian las entrañas de los amantes en el fuego de la pasión (8,6b-7a):


S on sus flechas, flechas de fuego:
¡llamarada de Dios!
¡No apagarán el amor ni lo ahogarán
océanos ni ríos!


L
lamarada divina es el rayo, "fuego de Dios" (Job 1,16), que también se manifestó ardiendo en la zarza (Ex 3,2), y "en llamas que llegaban al corazón del cielo" por la cumbre del Sinaí (Deut 4,11). Pero es el fuego, antes que nada, símbolo de más alta hoguera: el amor de Dios. Porque "Dios es Amor" (1 Jn 4,8).

Juan de la Cruz poetiza el abrazo místico con la imagen del fuego: "¡Oh llama de amor viva, / que tiernamente hieres / de mi alma en el más profundo centro!, / pues ya no eres esquiva, / acaba ya si quieres; / rompe la tela de este dulce encuentro" (Llama de amor viva 1). Se refiere, sin duda, a una profunda penetración (rompe la tela), dejándose invadir, hasta las últimas raíces de su ser, por el amor divino.

Como le sucedió a la doctora de Ávila. En su Éxtasis de Santa Teresa, esculpe Bernini una mujer abandonada, carne y telas flotando, ojos interiores, boca exquisitamente jadeante. Un celeste cupido beatíficamente sonriente le abre la ropa y amaga con la flecha. Pero leamos el diario de la santa que, refiriéndose al ángel, nos confidencia: "Víale en las manos un dardo de oro largo, y al fin de el hierro me parecía tener un poco de fuego; éste me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegava a las entrañas; al sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejava toda abrasada en amor grande de Dios" . Comenta Ángel González: "Teresa describe la experiencia místico-extática de la transverberación en términos claramente erótico-sexuales".

Pero el Cantar es un poema de amor entre un hombre y una mujer. La metáfora de la pasión amorosa como llamarada de Dios contituye la única alusión a la divinidad de todo el libro. Las llamas que arden por los corazones enamorados son, para el creyente, vaharadas de ternura del Corazón, del Aliento de Dios. Así lo vive Ernestina cuando escribe, en el poema Dios y tú: "Dios en nosotros, férvido. Liturgia misteriosa / que asciende a lo divino nuestro querer humano. / ¡Dios en el cielo breve de todas tus caricias, / Dios inmortal y puro en tu mortal abrazo!" . O, como anhela en Ambición, más allá de las horas, del espacio, del cuerpo, de las lágrimas, y asumiendo un papel protagonista como la esposa del Cantar : "Cuando voy a ti / ¡quisiera ser viento, / para arrebatarte / más allá del cielo!" .

Para un creyente, Dios está en la vida, Dios está en el amor. Como aquella mujer de formación cristiana que describe unas horas de intimidad con su pareja –celebraban la vuelta a casa: la reconciliación– en un lenguaje muy cercano a la mística: "Se me inundó de placer todo el cuerpo. No tenía sobre aquello ningún control y empecé a sentir que excedía lo físico. Era un verdadero desbordamiento. Yo nadaba en Carlos, nadaba en Dios. Me sentía flotando en éxtasis. Me decía Carlos que me adoraba..., que era una diosa. Alabábamos juntos a Dios. Al fin, me vivía unificada en mi sexualidad. Y más cerca de Dios que nunca. Al mismo tiempo, disfrutaba de una aceptación completa de Carlos y de mí misma. Puro amor. Y así seguí y seguí..." .

Un último apunte. El verdadero amor se vive más allá de intereses económicos, que tanto han pesado en las transacciones matrimoniales. Entonces, diríamos, como que se compraba a la novia con una dote (mohar). La enamorada del Cantar denuncia esta situación tan humillante para la mujer (8,7b):


S i alguien ofreciera su fortuna
por comprar el amor
sería despreciado.

Todavía conservamos en el refranero picardías que resaltan el valor del dinero para una mujer sin profesión, que sólo alcanzará su pan, su rango, sus hijos con un buen casorio: dáme dote / y pídeme escote ("prostitución" legal); y también: si me quieres, ¡con esta dote!; / si no: ¡trote!

 

 

 

 

 

     

 
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