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Despedida
8,11-14

 
Habla el esposo, que, si en el cenit de la Boda llegó a ser coronado como el mismísimo Salomón, refiere ahora una pequeña historia del rey sabio, y le apostrofa con orgullo (8,11s):


S alomón tenía una viña en Baal Hamón.
Entregó su viña a guardianes
y, por sus frutos, cada uno le traía
mil monedas de plata.

P ero esta viña es mía.

P ara ti, Salomón, las mil monedas,
y doscientas para los que cuidan de sus frutos.

 

-Para ti, Salomón, tu incontable familia de esposas y concubinas. Que yo me recreo en mi viña, en mi perfumado jardín, en mi única. Y no te envidio la nómina de tus maravillosas –y me temo que poco amadas– mujeres...
-Y ahora me dirijo a ti, esposa mía, huerto vallado frente a raposas y alimañas, pero de puertas abiertas a la amistad, a la fiesta, al juego, a la canción (8,13):


¡S eñora de los jardines,
mis amigos te escuchan!
Permítenos oir tu voz.

Así como abrió el Cantar la esposa, lo cerrará con un enigmático deseo (8,14):


¡C orre, amado mío,
como un gamo, como un pequeño cervatillo
por las colinas perfumadas!


Ya conocemos el simbolismo erótico de los montes olorosos (2,17; 4,6): colinas de amor para la intimidad sexual. Apremia la enamorada a su joven amigo para un nuevo encuentro. Algunos comentaristas sugieren que le está animando a retirarse. El sagrado círculo de la vida enlazaría amorosamente esta despedida (¡huye!) con el anhelo inicial (¡que me bese!). No se han llenado los bolsillos de felicidad al firmar papeles (morenica, no seas boba, / no se te acabe el pan de la boda). Es divertido y necesario jugar, también al escondite, para no quedar atrapados en una relación pesadamente ritualizada. Cada uno seguirá siendo él mismo en encuentros creativos, gozosos. Y también, acaso, en algún que otro saludable ¡hasta luego!

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