¡R
ascacielos!: ¡qué risa!: ¡rascaleches!
¡Qué
presunción los manda hasta el retiro
de Dios! ¿Cuándo
será, Señor, que eches
tanta soberbia abajo de un suspiro?
¡Ascensores!: ¡qué rabia! A ver, ¿cual sube
a la
talla de un monte y sobrepasa
el perfil de una nube,
o el cardo, que de
místico se abrasa
en la serrana gracia de la altura?
¡Metro!:
¡qué noche oscura
para el suicidio del que desespera!:
¡qué
subterránea y vasta gusanera,
donde se cata y zumba
la labor y
el secreto de la tumba!
¡Asfalto!: ¡qué impiedad para mi
planta!
¡Ay, qué de menos echa
el tacto de mi pie mundos
de arcilla
cuyo contacto imanta,
paisajes de cosecha,
caricias y tropiezos
de semilla!
¡A
y, no encuentro, no encuentro
la plenitud del mundo en este centro!
En
los naranjos dulces de mi río,
asombros de oro en estas latitudes,
oh ciudad cojitranca, desvarío,
sólo abarca mi mano plenitudes.
N
o concuerdo con todas estas cosas
de escaparate y de bisutería:
entre sus variedades procelosas,
es la persona mía,
como el árbol,
un triste anacronismo.
Y el triste de mí mismo,
sale por su alegría,
que se quedó en el mayo de mi huerto,
de este urbano bullicio
donde
no estoy de mí seguro cierto,
y es pormayor la vida como el vicio.