Es la
persona mía, como el árbol,
un triste anacronismo

 

        

     

 
 

 

¡R ascacielos!: ¡qué risa!: ¡rascaleches!
¡Qué presunción los manda hasta el retiro
de Dios! ¿Cuándo será, Señor, que eches
tanta soberbia abajo de un suspiro?
¡Ascensores!: ¡qué rabia! A ver, ¿cual sube
a la talla de un monte y sobrepasa
el perfil de una nube,
o el cardo, que de místico se abrasa
en la serrana gracia de la altura?
¡Metro!: ¡qué noche oscura
para el suicidio del que desespera!:
¡qué subterránea y vasta gusanera,
donde se cata y zumba
la labor y el secreto de la tumba!
¡Asfalto!: ¡qué impiedad para mi planta!
¡Ay, qué de menos echa
el tacto de mi pie mundos de arcilla
cuyo contacto imanta,
paisajes de cosecha,
caricias y tropiezos de semilla!

¡A y, no encuentro, no encuentro
la plenitud del mundo en este centro!
En los naranjos dulces de mi río,
asombros de oro en estas latitudes,
oh ciudad cojitranca, desvarío,
sólo abarca mi mano plenitudes.

N o concuerdo con todas estas cosas
de escaparate y de bisutería:
entre sus variedades procelosas,
es la persona mía,
como el árbol, un triste anacronismo.
Y el triste de mí mismo,
sale por su alegría,
que se quedó en el mayo de mi huerto,
de este urbano bullicio
donde no estoy de mí seguro cierto,
y es pormayor la vida como el vicio.

 
 


C uatro sustantivos provocan irónicos comentarios: Rascacielos, ascensores, metro, asfalto... El metro –noche oscura para el suicidio, símbolo de toda una ciudad en tinieblas–, evoca la muerte. (¿Se referirá al metro cuando escribe topado por mil senos?) ¡Asfalto!: ¡qué impiedad para mi planta!... Recordad el consejo a los campesinos: "salvad vuestros pies de los zapatos". Cuando llegaba el buen tiempo, se calzaba –también en Madrid– esparteñas, por comodidad y cierto look pastoril del que alardeaba, y que tanto martirizaba al exquisito García Lorca.

  
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