Sublimación
 


 

 
 
    
 
 

V olverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
V olverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

A legrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

T u corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A  las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.


S
e anticipa un mágico futuro: aquel cuerpo recién caído, aquel corazón ofrecido como estiércol, ya es pájaro/ángel/abeja en las flores, por las rejas de los enamorados, se abre hacia los blancos almendros. Comenta Miguel al panadero Carlos Fenoll, escribiendo desde Madrid: "Quiero ir cuanto antes por ahí; ya estarán los almendros de nuestros campos resplandecientes... Por este tiempo íbamos Sijé y yo el año pasado a verlos juntos, por este tiempo corría yo por la sierra de un lado a otro tirando piedras y bañándome en los barrancos y ahora estoy a esta máquina de escribir que se ríe de mí."

L
os versos que comentamos parecen un calco de Rosa de almendra. La flor del almendro (pepito Sijé en la Elegía), propósito de espuma y ángel, se ha arriesgado a vivir junto a los hielos: "¡Ay! ¿por qué has boquiabierto tu inocencia / en esta pecadora geografía, / párpado de la nieve, y tan temprano? / Todo tu alrededor es transparencia, / ¡ay pura de una vez cordera fría, / que esquilará la helada por su mano!"

A
ntes de enterrarle para siempre, velará Miguel el cuerpo/flor-de-almendro de su amigo, no por cinco horas: las precisas para aclararle su amistad con Neruda, el vertiginoso descubrimiento del amor y la sangre, de las cosas pequeñas y de los hombres grandes, azules caracolas al borde del océano... Y que "uno de los lados más escogidos de mi corazón se ha quedado como un rincón vacío..."
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