LA HIEDRA

Sobre la limpia claridad del muro
va dejando la hiedra verdes rúbricas,
sinuosos caprichos, extensos garabatos.
Sin olvidar la tierra y sus raíces
crece, trepa, se esfuerza,
en alzarse tenaz a lo más alto
en busca de destinos que ella sólo conoce
quizás inalcanzables, pero nunca                                            imposibles.
Es hermosa su lucha
por subir y subir, tapizar con sus hojas
la pared que la acoge y justifica,
dejar humildemente el testimonio
de su terca, constante vocación.


Cambiará su verdor en el otoño
por un rojo granate estremecido,
y después, tras el frío,
se encontrará a sí misma renovada
y un poderoso impulso
habitará sus venas vegetales
para seguir su ascenso a las alturas.
Entre el rojo y el verde,
su vida entera pasa y permanece,
como un silente río vertical
sin mar donde morir, buscando el cielo.
Esta hiedra al frente de la casa
es un perfecto símbolo.
                                  O quizás, un ejemplo.
Un espejo, quizás.

  Antonio Porpetta, de cara a la luz | Siguiente