. . . donde el poeta trabaja sobre sus papeles, hay una
                        campana que comunica al poeta con el infinito.

                                                         DAVID ESCOBAR GAUNDO

Durante siglos fue campana de convento,
aromada de inciensos en la paz de los claustros,
junto a los pasos leves y el murmullo
de quedas oraciones.
Sus horas transcurrían
entre laudes, maitines, vísperas y completas,
y era su voz junto a las viejas piedras
el símbolo exacto de la serenidad.
Manos blancas, surgidas de burdas estameñas
la tañían, marcaban con su claro sonido
el devenir del tiempo, qué lentamente huían
los ríos de la vida y de la muerte...
Cuando llegó a esta casa
no hubo rincón, ni viga, ni lienzo de pared,
ni alacena, ni mueble, ni reja, ni ventana,
que no se alborozara con su noble presencia.
No vino a convertirse en un adorno,
ni a mostrar, simplemente, su belleza,
sino a testificar con su alegría
el prodigio diario de que, además de estar,
queremos seguir vivos.
Pasan lluvias, y nieves, y ventiscas,
y momentos oscuros,
y ráfagas henchidas
de ese dolor o miedo llamado incertidumbre,
mas su bronce cercano sigue siendo,
como lo fuera antaño,
el símbolo exacto de la serenidad.


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