Son los niños asombradas vidrieras por donde nos hace guiños de presencia
el Dios del Amor. Pero,
por encima de todo,
son los pequeños
su más cálida encarnación, rendijita por donde nos llegan altos Besos de Luz
del Corazón del Bendito.

   De mi ensayo Buscando a Dios entre las luces (BAC 2000),
de su capítulo tercero sobre los niños como claraboyas
de la  ternura, espigaré algunos emocionados pensamientos:
Son alegres los niños, confiados,
viven el presente y quieren crecer.
Son también observadores, curiosos,
con una enorme capacidad de asombro.
Y espontáneos, sencillos, auténticos.
Su ingenuo misticismo, su desenfadada fantasía les orienta creativamente hacia lo nuevo, hacia lo mágico.
Se sienten maravillosos, únicos.
Les gusta jugar, divertirse, y se concentran intensamente en todo
lo que hacen.Son expresivos, intuitivos, poetas natos, conectan
misteriosamente con todo ser vivo...

      

 

Ojos de niño/niña,
que tanto saben
porque tanto han contemplado,
claraboyas
por donde
se nos
descuelga
la mágica ternura
del Todo Bondad
.

 
A ver si a los mayores de alma joven, de tanto amar a los niños,
se nos pega algo de sus asombrados ojos, su corazón al trote,
sus infatigables y traviesas manos,
su fantasía por los cerros de la ternura…
 
 
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