Diálogo amoroso
1,9-17


E
n un tercer tiempo ambos amantes, frente a frente, de persona a persona, se requiebran de amores en dueto ternísimo. Desde su varonil erótica, visual naturalmente, el muchacho del Cantar elogia la hermosura de su novia bellamente ataviada. Le viene a la fantasía la gracia, frescura, gallardía, agilidad de una yegua real bien enjaezada. No nos escandalice esta semejanza: los beduinos del desierto comparan a la mujer con una camella. Sin ir más lejos, aún conservamos en el refranero algún malicioso decir como: doncellas y yeguas / requieren feria (1,9-11):

 


mada, tienes porte de yegua
de la carroza del Faraón.
¡Qué graciosas tus mejillas entre los pendientes,
tu cuello entre los collares!
Te haremos pendientes de oro
incrustados de plata.


L
e responde la amada desde su sensibilidad olfativa y táctil.  Ella no necesita perfume: su cuerpo exhala afrodisíacas  feromonas. El amigo que duerme a sus pechos es, también él,  bolsita de fragancia como las que se colgaban al cuello las mujeres para aromarse (1,12-14):


uando el rey reposaba en su diván,
mi nardo esparcía sus aromas.
mi amado es para mí bolsita de mirra:
pasa la noche entre mis pechos.
Mi amado es para mí
ramillete de alheña
de los jardines de Engadí.


Fray Luis de León comenta ingenuamente tan tiernos versos: "Como es cosa hermosa y amada de las doncellas un ramillete de flores o de otras cosas semejantes olorosas, que lo traen siempre en las manos, y lo llegan a las narices, y por la mayor parte le absconden entre sus pechos, lugar querido y hermoso, tal dice que es para ella su esposo: que por el grande amor que le tiene, le trae siempre delante de los ojos, puesto en sus pechos, y asentado en su corazón".
Contemplando a la amada, se van erotizando las miradas del varón. Los ojos de ella son puros, inocentes, vivarachos, ardientes como tórtola de monte. El diálogo se personaliza más, rostro a rostro, con carillón de letanías (1,15):


¡Q ué hermosa eres, amiga mía,
qué hermosa eres!
Tus ojos son palomas.

De nuevo la mujer y su vocación de hogar y ternura —casa/cama— (1, 16):


¡Q ué bello eres, amado mío, y qué dulce!
Nuestro lecho es de flores.
Las vigas de nuestra casa son cedros
y el techo son cipreses.


¿D
escribe la enamorada una casa/palacio como la de Salomón sostenida por columnas de cedro y artesonado de ciprés, o su vivienda es un bosque encantado, su hogar el mundo? Han regresado al Paraíso y a la hora de la brisa se pasea Dios con ellos (Gen 3, 8).
            
 
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