Vuestro tronco era esbelto y verdecía,
sorbiendo soles allá en el cerro alto:
os arrancaron del paisaje un día,
para dar sombras sobre el negro asfalto.

Estáis aquí, anclados en la acera,
para manchar de verde el gris urbano;
se alarga en vano vuestra larga hilera
por ver el monte en el azul lejano.

¿Qué cruda mano os puso en estas calles
sin secreto, de ruido atormentadas?
¿Por qué os hurtaron a los hondos valles
llenos de dulces tardes sosegadas?

La tórtola no vierte sus arrullos,
árboles de ciudad, en vuestras ramas;
ni escucha vuestra copa los murmullos
que el viento dice al bosque y las retamas.

 

Como a niños de hospicio, uniformados,
la simetría vuestro tallo muerde,
¡Árboles de ciudad, civilizados,
sucia de grises vuestra capa verde!

Yo estoy como vosotros, prisionero,
hambriento de altos cielos y paisajes;
soñando siempre estoy con un sendero
que haga eterna mi sed honda de viajes.

                                     

                                           
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