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                    Bendícenos, el Padre,  
                    el tendal del almuerzo. 
                  Bendice 
                    el mediodía  
                    blanco como el cordero 
                    que a los dispersos trae  
                    y va sentando en ruedo. 
                  La 
                    gracia de la hora  
                    dibuja el cerco 
                    en mandando su rayo  
                    preciso y recto 
                    ¡y se dora la tierra 
                    de hombres y de alimentos! 
                                                                       
                    
                    
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              Bendícenos 
              la mesa 
              hija de siete huertos, 
              y de un trigal dorado 
              y un herbazal al viento. 
            Bendícenos 
              la jarra 
              que abaja el cuello fresco, 
              la fruta embelesada, 
              la mazorca riendo, 
              y el café de ojo oscuro 
              que está empinado, viéndonos. 
             
              Las grecas de los cuerpos  
              bendígalas su Dueño;  
              ahora el brazo en alto,  
              ahora el pecho, 
              y la mano de siembras, 
              y la mano de riegos. 
            Si 
              acaso somos dignos 
              de sentir, Padre Nuestro,  
              que pasas y repasas 
              la parva de alimentos. 
            Y 
              si yantan en torno  
              boyadas y boyeros, 
              y ya bebió el cabrito  
              y el pájaro sediento. 
            Al 
              mediodía, Padre,  
              en el azul acérrimo,  
              ¡qué íntegro tu pecho  
              qué redondo tu reino! 
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