Me canso de sufrir y digo: ¡basta!
Apelo a un tribunal que se demora.
En el banquillo espero hora tras hora
con un anhelo vivo que me gasta.

Llega la sombra de la noche hasta
que me ennegrece entera. Evapora
mi silueta encogida y rezadora
que en otro Pecho su gemido engasta.

Ningunos ojos mi llorar socorren.
La Justicia y la Fe me desamparan.
Nadie viene a medir mi desconsuelo.

Las lágrimas me queman, me recorren.
De pronto las cortinas se separan.
Dios se asoma. ¡Me alarga su pañuelo!...


         

                                                                                                        La alegría de la fe | Siguiente