M
i sangre me golpetea
resucitándome erguida.
T emía vivir sin sueños
y es mi sangre la que grita:
no vas a retroceder,
mantén tu antorcha encendida.
P or si creyera que no,
su voz airada me grita:
que sí, que sí, que ya vas
desbordadamente viva.
A fuera dolores viejos;
se han secado las heridas
del tanto penar a solas
para dejarte vencida.

N
o sé si es la primavera
que se siente ya venida
o es que me ofrece Dios
en vez de espinas, celindas.
C anto porque soy dichosa,
en milagro conseguida
junto a la luz de una tarde
que me ha devuelto la vida.

 

 

 

 

 






     









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