Lo humano no es el hombre, es lo que deja:
es la muñeca que olvidó la niña,
la vasija de aceite con que aliña
la mujer la comida, es la madeja

en la sillita baja de la vieja;
lo humano no es el gesto, no es la riña,
el jadeo en la torpe arrebatiña
o la sombra que agranda candileja.

Lo humano es el objeto, la casita,
el menudo instrumento, lo que emplee
el tipo en su trabajo. Más humano

que el hombre -lo que afirma, lo que grita-
es el objeto -toma, mira, lee-
que un día él mismo hizo con la mano.

     

           
    
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