on los ojos perdidos,
¿qué mirará la vieja sentada en su silla,
toda envuelta en lo negro como en su noche?
El niño a ratos viene,
y le toma la mano haciendo fiestas.
La luz primaveral canta en los olmos;
y en su pecho una alondra se desnuda.

Pero ¿qué pasará en los ojos, los oídos,
los labios secos de rezar?
                                             Inútiles
sus órganos a los fieles halagos
de la vida, sólo resuena
su ser bajo un oscuro llamamiento.

Con los ojos allá, ¿por qué otros mares
navegarán, no ya su juventud,
no ya su madurez, no ya sus hijos,
sino el barco rugoso de presagios
que se llama su cuerpo en vela, tenue
de fe, desmemoriado...?
                                           Con su silla
de paz (digo, de mimbre), una tarde cualquiera,
Dios en un rapto se la llevará;
y el niño siempre quedará perdido
por aquella sombra que le falta a sus manos.

                                       

         
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