TRA importante observación: Fray Luis, en el prólogo de su Exposición del Cantar de los cantares, reconoce y valora en el Cantar un sentido espiritual, "que de él hay escritos grandes libros por personas santísimas y muy doctas que, ricas del mismo Espíritu que habló en este Libro, entendieron gran parte de su secreto". Pero sugiere además otro sentido más inmediato: la corteza de la letra. Investigarla habrá de ser el principal objetivo de su exposición:

Solamente trabajé en declarar la corteza de la letra, así llanamente, como si en este Libro no hubiera otro mayor secreto del que muestran aquellas palabras desnudas y, al parescer, dichas y respondidas entre Salomón y su Esposa, que será solamente declarar el sonido de ellas, y aquello en que está la fuerza de la comparación y del requiebro; que, aunque es trabajo de menos quilates que el primero, no por eso carece de grandes dificultades.

Así que hay una corteza, una sobrehaz en el texto (el amor de dos jóvenes), y un sentido espiritual: ese amor es parábola del amor de Dios a Israel (Ez 16,1-42), a la Iglesia (Ef 5,32), a cada uno de nosotros (1 Jn 4,7-21). El libro del Cantar, como toda parábola, se me asemeja a un bombón de licor. Más allá de la belleza literaria del texto (el papel de plata) nos engolosina el chocolate (la corteza: la historia de amor de la pareja). Ahondando en esa historia, nos embriagamos al fin con la sublime ambrosía del sentido espiritual (el licor).

Pero podría sorprendernos descubrir que el fervor mutuo de los enamorados (el chocolate) ya es licor, que no hay un sentido espiritual más allá del amor humano –erotismo incluido–, porque Dios es amor. Francisco Contreras nos lo confirma en bella prosa: "El amor nace limpio siempre de su fuente, que es el corazón humano, alumbrado por la gracia de Dios". Por eso "lo que brota transparente de un corazón enamorado es ya una realidad divina".

 
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