Antes que expire el día 2,14-17

 


E
s ahora el amante quien llora la inaccesibilidad de la bella, salvaje avecilla que se oculta en los ásperos repliegues del monte. "Y luego a las subidas / cavernas de la piedra nos
iremos, / que están bien escondidas, / y allí nos entraremos, / y el mosto de granadas gustaremos (SJCruz)". Pudor de enamorados reclama el calor de un espacio secreto, de
un invisible nido. Amantes y ladrones / gustan de la sombra y los rincones.

Necesito mecerme en tus arrullos, tortolita mía, arder en tu mirada (2,14)...
 


P aloma mía, que anidas
en los escondrijos del barranco,
déjame ver tu rostro,
permíteme oir tu voz,
en los huecos de la peña,
porque tu voz es dulce
y amoroso tu semblante.

    
La novia/viña-en-flor teme el hocico largo de las zorrillas que vendimian los nacientes racimos. Y reclaman las muchachas del Coro, en su nombre, una batida de caza para exterminar a tan audaces, peligrosos animales (2,15):


¡C azadnos las raposas,
las raposas pequeñitas
que destrozan las viñas,
nuestras viñas en flor!

Los enamorados se ofrecen mutua dedicación, definitivo amor, según la fórmula de reciprocidad de la Alianza (Dt 26,17s). Bien entendido, como señala valientemente Mercedes Navarro, que la asimétrica relación de Yavé con su pueblo en el pacto del Sinaí podría sentar interesadas bases para una teología matrimonial de signo patriarcal. Pero en las bodas católicas, cada miembro proclama su compromiso total, en igualdad de derechos y obligaciones: "Me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida". La novia del Cantar pregona, con más sencillez pero con idéntica fuerza (2,16):
 


M i amado es para mí
y yo soy para mi amado
que apacienta el rebaño entre azucenas.

 
 

Se va apagando el día. Es la sagrada hora de las caricias y la confidencia, del beso y   la canción. Ella lo espera, quizás, con una buena mesa, ardiente vino y granos de incienso perfumando la casa (2,17):


A ntes que expire el día
y se alarguen las sombras,
¡vuelve, amado mío, como un gamo,
como un pequeño cervatillo,
por las colinas perfumadas!

 
Nos despedimos en voz baja para no distraer a los dichosos amantes, y asumimos la sabia interpretación de Ravasi: "Como las azucenas del versículo 2,16 remitían quizás al cuerpo de la amada, así también estas colinas se refieren sin empachos al monte de Venus de la amada. Todo el texto es, por tanto, exaltación del dulce cuerpo de la amada, del abrazo, de la felicidad del amor ".
 
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