Camina la blanca niña
por los campos de Belén,
camina que te camina,
camino de ser mujer.
Detrás la sigue el esposo,
ciego ya de tanto ver;
delante, la leve huella
del ángel de Nazareth.
En un establo en ruinas
se han venido a guarecer.
Virgen se estaba la niña,
intacta su doncellez:
varón que la mancillase
no viera el mundo nacer.
En el cristal de sus ojos
se copia un breve doncel;
en los sus labios un nombre
se multiplica por tres;
en los sus pechos floridos
cantan la leche y la miel
y en el su vientre sin mancha
comienza el amanecer.

     Antonio Murciano

 
        
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