...por el ay del vivir.
 

       
   

 


Prosigamos la lectura meditada del romance existencial Del ay al ay por el ay. La cosmovisión hernandiana de estos años católicos exige la lucha sin cuartel entre gracia y pecado, virtud y vicio, Cristo y Satán, que ofrece la meditación ignaciana de las dos banderas. Pero Miguel va más allá; y proyecta sobre la naturaleza la lucha interna entre cuerpo y espíritu, bien y mal.

E l mundo me duele: ¡ay!
Me duele el vicio, y me paso
las horas de la virtud
con un ay entre los labios.
¡Ay, qué angustia! ¡Ay, qué dolor
de cielos, mares y campos;
de flores, montes y nieves;
de ríos, voces y pájaros!
Por palicos y cañicas
¡ay!, me veo sustentado.
El lilio no me hace señas,
¡ay!, con pañuelito cano.
Las pitas no me defienden,
con sus espadones áridos,
del demonio. Las palmeras
no me quieren hacer alto
por más que viva a la sombra
de estrella de sus palacios.
No me pone la naranja
el ojo redondo y claro,
ni con sus luces porosas
el limón el gusto amargo.
Y ¡adiós!, el aire me dice
cuando pasa por mi lado.
La inmovilidad del monte
no lleva mi sangre al paro,
ni hacia los cielos me tiran
honda ruda y puro raso,
y tengo la carne siempre
pachiabierta a los pecados.
Sucias rachas tumban todas
las cometas que levanto,
y todos los ruy-señores
esquivos y solitarios
se burlan de ver mis sitios
malamente acompañados.


En su mapa ético, bajo la bandera del bien, de la virtud, encontramos: el silencio, el invierno, la nieve, el árbol desnudo, el trigo, el olivo, almendro en flor, palmera, espino, chopo...; y el frío, el cielo puro, el trino del pájaro, el austero y místico paisaje castellano...
Del lado del vicio, de la tentación: la palabra, el verano, la azucena, el naranjo y toda fruta...; y los rosales y jardines, las higueras, el propio cuerpo, el paisaje levantino...
Algo divertido: en el ensayo Vía de campesinos, escribe: "¡Dios! ¿Por qué no pusiste a Eva y Adán en el masculino campo de Castilla?... O no hubieran caído, o hubieran tardado más en caer..."
"Me duele el vicio y me paso / las horas de la virtud / con un ay entre los labios..." Lucha angustiosa entre el bien y el mal, entre gracia y pecado. Su cuerpo le pide aquello que rechaza su espiritualidad. Los Cinco Sentidos se comportan en el Auto Sacramental Quién te ha visto... como enemigos del hombre, aunque, al final, casi no sabemos por qué, se le someten solidariamente virtuosos. "¡Ay!, todo me duele: todo: / ¡Ay!, lo divino y lo humano. / Silbo para consolar / mi dolor a lo canario, / y a lo ruy-señor, y el silbo, / ¡ay!, me sale vulnerado."
El edificio filosófico de esta antropología sijeniana (de Sijé, su maestro de primera juventud) se contruye sobre el eterno duelo de contrarios. El cuerpo, cárcel del alma, anhela la liberación final. Hay que matar, congelar, quemar el cuerpo, como en su Auto Sacramental, para purificar el espíritu. O esconderse de Dios, cerrar los ojos a su Presencia (Invierno puro): "Evitaré, Señor, tu azul persona / que dolencia quitó quien puso ausencia..."
A Miguel le duele todo el ser, como pájaro en celo. Y trina su Silbo vulnerado. Refiere Arturo Serrano, sobre su encuentro con Hernández en Madrid: "Al leer ciertos sonetos, de pronto se detenía en su lectura y se ponía a silbar, pero a silbar no como persona sino como pájaro... Y entonces, en pleno paisaje urbano..., sin transición se aparecía el campo suyo, el de esos poemas con todos sus pájaros."

 
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